Marcelo Elizondo: La Argentina, por definir un rol ante la nueva economía del conocimiento.
Los países se adaptan para desarrollar nuevos ecosistemas de creación de valor. ¿Podrá la Argentina estar a la altura de este desafío?
Asistimos a la exacerbación de la economía del conocimiento. El saber manifestado a través de diversas formas y aplicado a la producción se ha convertido en el principal motor de la economía global. Patentes, royalties, propiedad intelectual, know-how, servicios, innovación, ingeniería aplicada, diversas herramientas de creación de reputación, certificaciones y cumplimientos de estándares garantizados (públicos y privados), nuevas tecnologías para la diferenciación de la producción, diseño, marcas, management, capital intelectual en general y varias otras vías de innovación generan una nueva economía.
Los países alientan inversiones, fomentan adaptaciones productivas, mejoran sus recursos y atributos para desarrollar nuevos ecosistemas de creación de valor.
Es en este marco que el gobierno argentino promulgó hace poco la llamada «ley de economía del conocimiento», que consiste en algunos incentivos fiscales a empresas de ciertos sectores productivos específicos. Buen primer paso, pero que nos deja aún lejos de la integralidad de la nueva economía: esta nueva fase del capitalismo requiere vigencia de un entorno institucional que garantice derechos subjetivos, flexibilidad que alienta la innovación, inversión y recursos humanos capacitados, internacionalidad activa y empresas apropiadas.
La Argentina padece numerosas dificultades para consolidar la nueva economía que se apoya ya no en los activos físicos sino en el capital intangible. El índice de capital intelectual (como porción en la formación del PBI) que se efectuó hace algunos años por The Conference Unit midió la participación del capital intangible en la formación del PBI en el mundo; y señaló que mientras los principales en el planeta son EEUU, Singapur y Suecia (alrededor del 70% del PBI se genera por el CI), Argentina aparece con una participación del CI en la formación del PBI de solo 34,6% y en el lugar 48 del ranking.
Ahora bien, la economía del conocimiento no se concentra en algunos sectores: está presente y representa a todos los sectores productivos. El agro con sus modificaciones genéticas, el sector automotriz y sus autos eléctricos no tripulados, los productos de la industria del calzado manufacturados en impresoras 3D, la industria de la alimentación apoyada en la más precisa trazabilidad y estándares certificados o los servicios que componen más de la mitad de la economía global.
Hace un par de años HM Treasury publicó un artículo mostrando que las cinco compañías más valiosas del mundo juntas valían 3,5 billones de libras, pero sus balances reportaban solo 172 mil millones de libras en activos tangibles: el 95% de su valor estaba en forma de activos intangibles. El MSCI da cuenta de que el 80% del valor del S&P500 hoy se basa en activos intangibles cuando hace 40 años, en 1979, solo 16% de ese índice estaba compuesto por ellos.
En esos últimos 40 años, según el WEF, en el mundo, la tasa de inversión en activos físicos (como fábricas y plantas de producción) cayó 35% mientras que el ratio de inversión en intangibles creció casi 60%. Por eso dice Jonathan Haskel que en el mundo por cada dólar que se invierte en tangibles se está invirtiendo 1,2 en intangibles. Y McKinsey señala que el valor generado a través de intangibles duplica al generado por los tradicionales tangibles.
Pero para Argentina, que está aturdida por sus «actuales problemas de siempre», esto aún parece lejano en muchos sectores. Hay por delante tres niveles que debemos abordar y revisar en el proceso de la nueva economía del conocimiento: el «micro», el de las personas (formación, habilidades); el «macro», el de las empresas (conjuntos de personas que deben adoptar nuevos criterios de organización) y el ¨mega», el del país (que exige adaptaciones en el comportamiento de la sociedad toda y de la política en particular). Cada uno de los tres debería conducirnos (para contribuir a mejorar nuestra calidad de vida por la convergencia con la evolución mundial) a un salto múltiple.
Porque la evolución es inevitable, y ante ella hay solo cuatro opciones: ser líderes, partícipes, espectadores o víctimas.
Fuente IProfesional
Por Marcelo Elizondo, Director de la Maestría en Dirección Estratégica y Tecnológica del ITBA