El Mercosur se enfrenta a una crisis existencial.
Después de haber ejercido la presidencia pro tempore del Mercosur en el primer semestre recién terminado, Argentina ha cedido ese ejercicio (como estaba previsto reglamentariamente) a Brasil para la segunda mitad del año.
En el semestre argentino, el Mercosur ha sido escenario de diferencias sustanciales entre sus socios. Porque padece una crisis de esencia. Es un bloque cuyo objeto (según el constitutivo Tratado de Asunción) es la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos y que propende a la eliminación de restricciones arancelarias y no arancelarias y a la convergencia regulativa y de políticas entre sus miembros; y todo ello tiene solo vigencia parcial hasta hoy. Y dice ser un pacto que busca la «adecuada inserción internacional de sus países»; lo que no parece estar obteniéndose.
El acuerdo padece deficiencias. Por un lado, numerosos obstáculos intrabloque (entre ellos los regímenes de administración de comercio nacionales). Por el otro, y en relación a terceros mercados, no ha logrado celebrar tratados que faciliten el acceso de su oferta a otros espacios (pese a que se estuvo cerca con la Unión Europea y la EFTA y hay hoy negociaciones aun inmaduras con Corea del Sur, Canadá o India sobre las que se observa mayor disposición de Brasil y Uruguay y menor de Argentina). Y, además, en materia de competitividad, la política arancelaria común mantiene un mercado intrabloque sobreprotegido que dificulta -por costos en frontera- el acceso a bienes de capital, insumos y tecnología internacionales calificados.
Las consecuencias de lo referido ponen al bloque es una condición compleja: de la veintena de acuerdos de integración de países vigentes en el planeta, el Mercosur es el que menos relación logra entre las exportaciones sumadas de sus miembros (a todos los mercados) y el producto bruto agregado: alrededor de 15%, ratio que es menos de la mitad del promedio alcanzado en todos los demás bloques integrativos en el mundo. Esto desata diferencias: Brasil y Uruguay quieren reformas para más internacionalidad y la Argentina no está cómoda con eso, pese a que la Argentina es uno de los diez países con menor relación entre el comercio exterior total en el PBI en el planeta: 31% contra el 59% en el nivel mundial (la Argentina es el de menor ratio en Sudamérica).
Brasil (que no es una economía mucho más abierta que Argentina pero quiere serlo) se ha convertido ya en un mercado de multinacionales como lo exhiben tres datos: 29 de las 100 mayores multilatinas son brasileñas -mientras solo 6 son argentinas-; las empresas brasileñas han invertido u$s 225.000 millones fuera de su territorio mientras las argentinas solo 43.000. Y Brasil es cada año uno de los diez mayores receptores de inversión extranjera directa en el globo, sumando ya en su acervo u$s 800.000 millones acumulados, mientras Argentina padece desinversión y su stock hoy se reduce a unos u$s 65.000 millones (y ha caído 10% en los últimos diez años).
Así, Brasil va por reformas que generen más competitividad e internacionalidad y Argentina (sumida en sus viejos problemas macroeconómicos) se concentra en autarquizarse. Por su lado Uruguay, una economía de dimensión menor basada en agroexportaciones, lleva una estrategia de especialización y acompaña el reclamo por mas internacionalidad.
Pero la distancia mayor está en el futuro: la economía internacional está cambiando en base a cuatro grandes tendencias: una revolución tecnológica que motoriza la globalidad por la intagibilizaciòn del valor y la transformación de las cadenas internacionales de producción hacía redes integradas de innovación y conocimiento; una creciente relevancia de la geopolítica y la consecuente creación de espacios internacionales entre países que alientan similitudes en sus organizaciones económica, política y regulativa (y que crean distancias con quienes no tienen esas similitudes); una consecuente evolución de la internacionalidad basada en una reducción de la carga arancelaria en frontera (se redujo de 15% promedio en el mundo hace 30 años a solo 5% hoy, lo que supone un descenso a menos de la mitad que el promedio del arancel promedio del Mercosur, que supera 12%) y a cambio irrumpen confluencias regulatorias internacionales en las que exigencias de calidad suben el piso para competir (condiciones ambientales, de seguridad, sanitarias, sociolaborales, de garantías jurídicas, etcétera); y finalmente la consolidación de una globalidad en la que las que prevalecen son las empresas supraestatales y sus alianzas (no se compite ya por productos sino por capacidad estratégica empresarial organizada).
Ante estas nuevas condiciones significativas el Mercosur tiene tres problemas: ha quedado rígido y poco vinculado al resto; no se ha adaptado a la nueva economía del capital intelectual e intangible; y está basado en la geografía física cuando en el mundo tiende a prevalecer la geografía digital.
Un nuevo semestre se inicia para el bloque con la presidencia brasileña. Es posible que sea un tiempo en el que la fricción siga haciendo crujir un espacio que para Argentina creaba hace un decenio el doble de exportaciones que ahora (dicho sea de paso: por primera vez para nuestro país Asia nos genera ya más exportaciones que Latinoamérica). Y que las discusiones se mantengan intensas porque lo que está en juego no es la simpatía entre líderes políticos sino las condiciones para la inversión, la producción y el comercio.
Por Marcelo Elizondo
Fuente: El Cronista