Un informe de la Bolsa de Comercio de Rosario confirma que para la próxima campaña se perderán 100.000 hectáreas de soja. Las retenciones, un factor clave.
Suena a paradoja, pero en el año en el que la soja batió los récords de precios y superó los u$s600, los productores argentinos que preparan la campaña 21/22 están disminuyendo las áreas sembradas con el célebre producto argentino de exportación y se están volcando a otras alternativas como el maíz y el trigo.
De hecho, se espera que esta campaña marque un récord: el de menor superficie sembrada de soja en los últimos 10 años. Con lo cual, por cada hectárea de maíz o trigo sembrada quedaría apenas 1,4 hectáreas de soja, según un informe de la Bolsa de Comercio de Rosario.
El dato, visto desde Buenos Aires, causa sorpresa, sobre todo si se tiene en cuenta que la última vez que ocurrió un boom del precio sojero, hace siete años esa relación de superficie de soja era el triple que la marca actual.
Y, sobre todo, causa sorpresa porque cuando empezó a subir con fuerza el precio de la soja, se escucharon voces de alerta en el sentido de que el país enfrentaba el riesgo de la «hiper-sojización».
¿Cómo se explica el inesperado cambio de estrategia por parte de los productores? Hay una mezcla de factores técnicos, que van desde los precios internacionales hasta el clima, pero que incluyen, sobre todo, al contexto político del país.
Según Marianela De Emilio, consultora de la firma Agronegocios, las retenciones explican buena parte del fenómeno: hoy la soja tiene una retención de 33% mientras el trigo y el maíz tienen un 12%, y eso termina distorsionando el precio real que queda en el bolsillo del productor.
«Hoy tenemos precios altos en todos los granos, no solamente en la soja. Y cuando se aplica la quita, el sojero se ve mucho más perjudicado», argumenta la experta.
«Lo que se está viendo es que en el mundo no sobra producción, ni de soja ni de maíz. Los informes de Estados Unidos indican que, aun suponiendo que les vaya bien, a lo sumo van a lograr acompañar el crecimiento del consumo. Pero no va a haber grandes stocks. Todo eso lleva a que los precios se sostengan», agrega De Emilio.
Pero, aunque los precios altos sea la tónica general, argumenta que, en el mercado internacional, hay más factores que inciden para el sostenimiento del precio del maíz.
Y los números parecen darle la razón: la siembra ya muestra un aumento del 8% interanual, aunque en el campo creen que terminará siendo más alto.
Las estimaciones técnicas apuntan a que en la próxima campaña haya un incremento anual de 137.000 hectáreas de maíz y 50.000 de trigo. En contraste, se espera que la soja pierda 100.000 hectáreas (equivalente a un 2% del nivel actual).
Gracias a la soja
Es probable que, con la cabeza puesta en la caja fiscal y en las reservas del Banco Central, más de un funcionario o economista se pregunte si este es un dato para festejar. A fin de cuentas, fue gracias a la «supersoja» que el BCRA pudo subir su nivel de reservas -alcanzó a fin de mayo un nivel neto de u$s6.475 millones, cuando en febrero había tocado un mínimo de u$s2.700 millones.
La liquidación de divisas alcanzó niveles récord, al punto que sólo en mayo ingresaron u$s3.546 millones. Un informe de la consultora Eco Go prevé que, si se considera la posibilidad de que la exportación agropecuaria crezca un 48%, hay todavía una liquidación pendiente por u$s17.000 millones.
Pero no solamente el frente cambiario se estabilizó gracias a la soja récord, sino que también hubo un fuerte impacto sobre las arcas fiscales. En lo que va del año, las retenciones agropecuarias dejaron $385.906 millones, lo que implica un impactante aumento de 203,9% respecto del mismo período del año pasado.
Y, para tener una dimensión más clara del fenómeno, basta saber que si se depura el «efecto soja», entonces empieza a desnudarse la realidad de la actividad económica argentina: sin contar las retenciones, el incremento de impuestos pagados en comparación con el recesivo 2020 subió menos de 9%. Y si la comparación se hace contra el también recesivo -aunque pre-pandémico- mayo de 2019, se constata una caída de 11%.
Esta situación es lo que explica que en el Gobierno se esté en pleno debate sobre cómo sacar el mejor provecho del robusto superávit comercial que se espera para el año. Por lo pronto, el primer cuatrimestre dejó un saldo positivo de u$s 4.000 millones, y empiezan a abundar las propuestas, por parte de referentes del kirchnerismo, para tomar medidas que permitan «captar rentas extraordinarias».
Desde ese punto de vista, la noticia de que en pleno boom internacional de la soja el campo argentino perderá 100.000 hectáreas de su principal producto de exportación, podría traer preocupación.
Festejos por la reversión de la «sojización».
Sin embargo, en el campo, el sentimiento es absolutamente favorable a este cambio de tendencia. Es histórica la advertencia sobre el riesgo de la sojización excesiva, por diferentes motivos, que van desde la degradación de la tierra hasta la menor capacidad de agregar valor.
Por caso, el consultor Salvador Di Stefano no duda en calificar el fenómeno de la sojización como «una tragedia para el campo, que traerá como correlato dificultades en toda la cadena de valor».
Su argumento es que la soja se ha transformado en la verdadera moneda para el arriendo de la tierra. Es decir, el campo arrendado (que significa el 70% de la producción) subirá cuando suba la soja, aun si el productor se dedica a otro cultivo que no siga la misma evolución de precio. Esto implica un incentivo adicional para pasarse a la soja y abandonar otros cultivos.
Lo cual no es gratis, desde ningún punto de vista. Económicamente, puede volver a generar disminución de producción en trigo y maíz. Pero, además, argumenta Di Stefano, «hacer durante varios años soja degrada la tierra y le quita potencialidad».
Es por eso que el punto de inflexión que se está viviendo por estos días en el campo genera más festejos que lamentos.
«Hace algunos años, cuando dominaba la soja en el paisaje de la región, la falta de rotación incentivaba la aparición de malezas resistentes, pérdida de fertilidad de los suelos y de biodiversidad», indican los técnicos de la Bolsa de Rosario.
Y agregan que, aprovechando el momento climático con persistencia de humedad, los productores se están apurando a sembrar. En la zona núcleo, ya se implantó el 30% del trigo previsto para la nueva campaña.
En el campo existe el convencimiento de que estas son buenas noticias, pensando en el mediano plazo.
«El cultivo de cereales es importante porque significa mucho más inversión y mueve mucho más la economía que la soja, y ni hablar de las posibilidades de valor agregado. La verdad es que lo mejor que le puede pasar a argentina es que aumente la superficie de trigo y maíz», opina De Emilio.
Aun así, los consultores del negocio agropecuario aconsejan a los productores no hacer un cambio demasiado extremo, porque los precios son volátiles y siempre se corre el riesgo, para quien arrienda, de que si se dispara la soja quede en una especie de «descalce» de monedas.
«Nuestro consejo es tomar coberturas en los mercados de futuros, pero todavía no es una práctica generalizada. Hay muchos que simplemente se arriesgan», afirma la experta de Agronegocios.
Productores, a la defensiva.
Y entre los riesgos que se asumen, los de índole política no son los menores. De hecho, los maiceros ya tuvieron un conflicto en el arranque del año, cuando hubo un cierre exportador temporario, como consecuencia de un conflicto interno con los criadores de animales, que se quejaban por la suba del precio.
Fue allí, de hecho, cuando surgió el debate en torno a la necesidad de «desacoplar» los precios del mercado internacional y el mercado interno. Y el precio récord de soja suele exacerbar esa polémica, pero con una peculiaridad: las trabas al comercio exterior suelen impactar más a los productores de otros rubros -como ya se vio en el maíz y hoy se ve en la carne- que en la soja, por su bajo nivel de consumo a nivel local.
¿Entonces, qué es lo que lleva a los productores a asumir el riesgo de una mayor intervención gubernamental en su negocio? Según De Emilio, el contexto político de hoy es diferente. «No es que en el campo no haya temor a una intervención oficial. Al contrario, pero hay mayor disposición a enfrentarla. Lo vimos con el caso Vicentin, luego con el cierre exportador de maíz y ahora con el tema carne. El campo está más dispuesto a enfrentarlo».
Y agrega que, de todas las medidas intervencionistas que se han adoptado, las más perjudiciales para los productores fueron los «ROE verde», porque directamente podían congelar las exportaciones. Eso llevaba a que un productor de maíz quedara en situación de debilidad para negociar con los criadores de pollo o cerdo -sus clientes a nivel local-, que podían fijar el precio porque el productor se quedaba sin la alternativa de un comprador externo a quien ofrecer el producto.
Por cierto, no está en absoluto descartado que esa situación pueda repetirse en caso de que las distorsiones de la economía se agraven. Sin embargo, los productores se sienten lo suficientemente incentivados como para abandonar la relativa «seguridad» de la soja y pasarse a los otros cultivos.
«La realidad es que hoy el Gobierno necesita divisas urgentes y no podría soportar un paro del campo», opina De Emilio.
Mientras tanto, en Buenos Aires muchos funcionarios comparten el mismo diagnóstico, pero en el sentido inverso: saben que el conflicto no conviene a los productores quienes ya hicieron una inversión, y extreman su creatividad para obtener recursos del buen momento del campo.
En ese contexto, el pasaje masivo de la soja a otros cultivos puede ser un dato clave a la hora de decidir medidas.
Fuente: IProfesional