Los 6 obstáculos que Argentina debe superar para insertarse en el comercio internacional.

Podemos imaginar una nueva internacionalidad productiva que tienda a redes que crean mayor valor, más que a redes que busquen menores costos. La Argentina tiene grandes desafíos por delante.
 
La actual obturación del comercio internacional (que la OMC prevé que se reducirá en 2020 entre 15 y 30%) ha mostrado la alta dependencia que tiene el planeta del intercambio que ocurre entre empresas en diversos países, cada año. ¿Es entonces tan fácilmente revocable la globalización productiva?
 
Los commodities no pueden ser producidos fuera de sus países; la especialización y la experiencia obtenidas en no pocos ecosistemas en algunas regiones del planeta donde se producen componentes y bienes intermedios de alta calificación (más de la mitad del comercio mundial está basado en bienes intermedios) no son reproducibles en otras; y el principal insumo de la nueva globalidad -que es el conocimiento aplicado a la producción- se genera donde hay ambientes apropiados (universidades, soporte tecnológico, desarrollo financiero, base institucional adecuada, cultura apropiada) y no es muy sencillo dejar de hacerlo en algún lado especializado para mudarse a otro improvisado rápidamente.
 
La globalización ya no es lo que era. Según el McKinsey Global Institute, más de la mitad de todo el comercio internacional (esa porción supuso casi 14 billones de dólares en 2018) está conformada cada año por intangibles que se intercambian sobre las fronteras; y a ello hay que sumar el valor económico generado por los intercambios internacionales -no computados por las estadísticas entre empresas (especialmente dentro del tercio del producto mundial que está en manos multinacionales)- de información intra-firma, creación de conocimiento conjunto y comunicación productiva (que conforman el mayor aporte para la nueva globalización: el capital intelectual).
 
Es por eso imaginable que se complete una mutación que se venía viendo desde hace unos diez años en los negocios internacionales: las cadenas transnacionales de valor ya no son meros procesos de ensamblamiento de bienes físicos sino que ahora tienen por principal motor a esos intangibles (información y conocimiento, propiedad intelectual y patentes, know-how y tecnologías de management, reputación y prestigio, capacidad de certificar estándares y de cumplir normas cualitativas) y esa nueva savia de la transnacionalización (que no es fácilmente nacionalizable porque el saber no se somete a fronteras) se transmite a través de las tecnologías de la comunicación que se están expandiendo en estos días (el telecommuting del que haba Richard Baldwin).
 
Esto seguramente ganará terreno a costa de algunas actividades más tradicionales que sí pueden retornar a casa por cuestiones políticas (la producción de bienes considerados estratégicos en la medicina, la seguridad o aún alguna maquinaria).
 
Podría también ocurrir que emerja un marco de regulaciones nacionales más exigentes en países más ricos que se trasladen a requisitos nuevos para el comercio internacional. Que por ello enfrentemos más exigencia de calificaciones para bienes primarios, insumos o productos finales (seguridades, normas ambientales, exigencias sanitarias, información sobre procesos). Y también que un nuevo marco de geopolítica cree bloques e incida en un mapa de negocios en el que asuntos extranegocios deban ser considerados endógenos.
 
Por eso podríamos estar yendo hacia un cambio más que hacia un retroceso. Una nueva normalidad que no sea entonces menos global sino que sea de una globalidad adaptada. Que pierda algo de la antigua internacionalidad y emerja nuevo valor en el nuevo contexto. Podemos imaginar una nueva internacionalidad productiva que tienda a redes que crean mayor valor, más que a redes que busquen menores costos.
 
Las empresas internacionales por ende deberán profundizar atributos para la época: capacidad de adaptarse e innovar, de generar estrategias acertadas, de lograr arquitecturas vinculares apropiadas, de entender la nueva geopolítica y actuar en consecuencia, de hacer inteligencia de negocios de modo eficaz, de lograr calificaciones altas que minimicen riesgos, de desarrollar reputación en diversos modos y de adaptar productos y tácticas de comercialización para el nuevo momento.
 
Este es un llamado para Argentina: nuestra economía requiere más internacionalidad. Para ampliar mercados que justifiquen inversiones, mejorar la calidad productiva por la competencia internacional, incrementar nuestra producción anual por más exportaciones y ampliar el acceso a los llamados dólares genuinos.
 
Por supuesto que el primer requisito para ello es superar la excepcionalidad de los confinamientos y las prohibiciones actuales (mundiales). Y, después, esperar cierta normalización de la economía planetaria. Pero algún día estará vigente la nueva normalidad. Y en ella es preciso participar.
 
Se requerirá entonces más inversión (que en nuestro país es de solo 16% del PBI, la mitad que el promedio mundial), más empresas internacionales (Argentina tiene solo 50 empresas que exportan más de 100 millones de dólares al año y solo 6 entre las 100 mayores multilatinas), y más participación en arquitecturas de vínculos productivos trasnacionales (nuestra participación en las cadenas globales de valor ha sido de solo 30% de las exportaciones mientras los países emergentes en promedio lo han hecho en más del 50%, y en todo el mundo se ha llegado al 70%).
 
Y además habrá que reducir obstáculos:
 
1. Nuestra economía está amparada por un Mercosur con un elevado arancel externo (cuya alícuota casi triplica el arancel promedio mundial) .
 
2. El acceso a mercados externos de las empresas argentinas está gravado con altos costos en frontera (muy por encima que el promedio mundial) por la escasa cantidad de acuerdos de apertura reciproca vigentes con los que contamos;
 
3. Nuestro sistema tributario crea un peso que es de los mayores del mundo (en un ranking de PWC Argentina aparece en el puesto 169 en el globo según la calidad de su sistema tributario).
 
4. El financiamiento disponible es escasísimo (en el mundo el crédito al sector privado representa 130% del producto bruto y en Argentina apenas supera al 15%).
 
5. La inestabilidad macroeconómica está instalada y es perversa (en el mundo la inflación promedio ronda 3% anual y en Argentina bordea el 50%) y desalienta proyectos internacionales que miran al mediano y largo plazo.
 
6. La competitividad sistémica (según el WEF Argentina está en el puesto 83 en el mundo midiendo diversos ítems) crea complejidades de diverso tipo.
 
La Argentina, que generaba hace 60 años el 0,8% del comercio mundial, hoy genera solo 0,3%.
 
Por ello aparecen desafíos varios en adelante: superar la emergencia, converger con un mundo en medio de cambios, adaptar el entorno local y dar un salto de calidad pendiente.
 
Fuente: Ambito
Marcelo Elizondo Especialista en negocios internacionales.