El modelo económico del Gobierno declara que intenta sortear lo que algunos llaman la «restricción externa» y que procura aumentar fuertemente las exportaciones. El error de diagnóstico y las medidas adoptadas recientemente, sin embargo, derivarán seguramente en una fuerte contracción de las exportaciones y, por lo tanto, en el deterioro de la «restricción externa». Un aumento del impuesto a las exportaciones de soja, como aparentemente habría evaluado el gobierno, solo agravaría este problema.
Según quienes postulan que la «restricción externa» es uno de los principales problemas macroeconómicos que enfrentamos, el país tiene recurrentes crisis de balanza de pagos por no contar con los suficientes dólares de exportación de bienes y servicios para hacer frente a la demanda de divisas que generan las importaciones de bienes (más precisamente, suelen referirse a la importación de insumos de la industria) y de servicios como el turismo internacional.
Como consecuencia de este menjunje de conceptos, se suelen imponer restricciones a la salida de moneda extranjera vía dividendos de empresas, a la compra de dólares por parte de las familias, o a quienes hacen turismo internacional (al que también se le imponen impuestos adicionales). Y se traban las importaciones de bienes de uso final con aranceles o con restricciones cuantitativas. Más extrañamente aun, dado lo que dicen buscar, quienes así piensan siempre implementan subas en los impuestos a las exportaciones.
Dado que parten de un error tanto de diagnóstico como de herramientas, no es de extrañar que las políticas adoptadas produzcan efectos contrarios a los buscados: menos exportaciones, menor ingreso de divisas, menos inversión y más problemas en la balanza de pagos.
Antes de entender la lógica de estos resultados, veamos un caso práctico reciente: el de la Argentina en el período 2011-2015. Esta etapa tuvo todas las herramientas mencionadas: elevadas retenciones, restricciones a la compra de dólares y al envío de dividendos, impuestos al turismo internacional y restricciones cuantitativas a las importaciones.
Los datos muestran, no sorprendentemente, que en el período 2011-2015 la performance exportadora de la Argentina fue muy mala. Las exportaciones cayeron de US$68.000 millones en 2010 a US$57.000 millones en 2015. Esta caída no se debe a una reducción del precio de nuestras exportaciones, que fue en 2015 solamente un 1% más bajo que en 2010. La comparación internacional hace más evidente este mal desempeño: las cantidades exportadas por la Argentina (es decir, las exportaciones luego de ajustar los números por cambios en los precios) cayeron en este período un 16%, mientras que aumentaron 12%, 11% y 40% en Brasil, Chile y Colombia, respectivamente. En ese lapso, el número de empresas exportadoras argentinas cayó un 23%. Desarrollar canales de exportación lleva varios años de constancia, y el esfuerzo de muchos se tiró por la borda en poco tiempo.
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Tampoco sorprende que el experimento haya resultado en un fuerte deterioro del balance externo de bienes y servicios. Este pasó de un superávit de US$18.000 millones en 2010 a un déficit de casi US$5000 millones en 2015, un cambio de 5% del PBI. Algunos podrán argumentar que se debió al balance energético, que mutó de un superávit de US$2000 millones en 2010 a un déficit de US$4600 millones en 2015 pero, como se ve, lo ocurrido en este sector solo explica una parte menor del deterioro. Además, a menos que el precio del petróleo caiga fuertemente o que se logre armar un esquema muy novedoso en Vaca Muerta, será difícil evitar repetir esta dinámica teniendo nuevamente las tarifas eléctricas y de gas y el precio de los combustibles congelados.
Lo cierto es que, para generar más exportaciones y atraer más dólares para inversión y financiamiento, se requiere tomar medidas contrarias a las implementadas recientemente. Es bastante fácil de entender que los impuestos a la exportación reducen los incentivos a exportar. Tomemos como ejemplo la soja, cuyo caso se ve agravado por la caída de precios internacionales. Cotiza a aproximadamente US$323 por tonelada pero, neto de retenciones si éstas subieran a 33%, el precio quedaría en US$217 para el productor. Estos US$217 por tonelada, ajustados por la inflación internacional, tienen un poder de compra que es 11% menor que el de diciembre de 2001. Muchos de los insumos para producir soja, mientras tanto, están dolarizados, lo que hace caer las ganancias de los productores agrícolas y, por lo tanto, saca de la producción a las tierras menos fértiles.
Lo que a veces resulta menos intuitivo, pero no por ello deja de ser cierto, es que cuanto mayores son las barreras a las importaciones, más desincentivo hay a las exportaciones: menos importo, menos exporto también. A nivel macro, los resultados se ven claros: los países que más protegen a sus productores domésticos, como la Argentina, tienen menores ratios de exportaciones a PBI. Nuestro país es, de hecho, uno de los países con menos exportaciones (e importaciones) del mundo en términos relativos a su PBI. Vivimos, mal, con lo nuestro. A los países les pasa lo mismo que ocurre a nivel individual: pruebe intentar producir usted mismo en su casa la comida, la energía, la ropa y todo lo que consume. Estas son sus «importaciones». Se quedaría sin tiempo para ir a trabajar; es decir, sin sus «exportaciones».
La protección excesiva solo perpetúa a productores ineficientes y quita dinamismo a la economía, perjudicando el desarrollo del país. ¿Para qué innovar si tengo un mercado asegurado por la protección? En la Argentina, además, la protección ni siquiera reduce las importaciones, ya que la estructura de protección actual generó un sistema productivo muy dependiente de insumos importados. Algunas industrias como la electrónica son meras ensambladoras de partes importadas y los consumidores transferimos nuestra riqueza a los dueños de esas patentes de corso para producir bienes de uso final.
Los controles de capitales y, por lo tanto, la existencia de varios tipos de cambio, también tienen un sesgo anti-exportador. La implementación de controles tiene como objetivo no solo defender las reservas internacionales, sino también evitar que el tipo de cambio (oficial) ajuste de a las condiciones de oferta y demanda. Es decir, con estos esquemas el tipo de cambio oficial siempre termina sobrevaluado (un peso caro, o un dólar barato), lo que sobreestimula las importaciones (de insumos) y subestimula las exportaciones.
Controlar la salida de capitales tiene varios efectos adversos adicionales, porque lo que no puede salir tiende a no entrar. La inversión extranjera directa (IED) se resiente al tener dudas sobre si luego se podrán remitir dividendos a las casas matrices. No en vano, la Argentina tiene uno de los niveles de IED más bajos del mundo. Lo mismo pasa con otros ingresos de capitales, lo que nos deja con un financiamiento muy bajo en comparación con otros países.
Este cóctel de protección a sectores ineficientes, de castigo a las exportaciones de los sectores más dinámicos y de incertidumbre sobre la posibilidad de remitir dividendos, desincentiva fuertemente la inversión y, por lo tanto, el empleo de calidad.
La fórmula para aumentar las exportaciones y su valor agregado es conocida y se llama competitividad sistémica. Además de apertura comercial, se requiere estabilidad macro y regulatoria, baja inflación, bajas tasas de interés, bajos impuestos, un sistema educativo de excelencia, infraestructura adecuada, un mercado laboral flexible y, más que nada, un sistema jurídico ecuánime que permita el cumplimiento de los contratos. Todo lo contrario a lo que estamos experimentando.
Las exportaciones no se van a resentir tanto en 2020, por dos razones. En primer lugar, la cosecha de los principales cultivos (soja, maíz, trigo y girasol) será este año solamente un 2,4% menor a la de 2019 (aunque los precios de exportación si están cayendo). Los malos incentivos recién van a jugar un rol en la próxima cosecha. En segundo lugar, la economía de Brasil se está acelerando algo, por lo que las exportaciones a ese país es probable que, al menos, dejen de caer. A partir de 2021 es altamente probable, sin embargo, que el actual modelo anti-exportador aporte sus frutos, y nuestras ventas al exterior caigan fuertemente, a menos que nos salve nuevamente un aumento de los precios de los commodities..
Fuente: La Nación