Las claves del triángulo virtuoso: empleo, mejora social, innovación

Transitamos un “momento Prometeo”, ahora todo está cambiando a la vez.

La teoría de los ciclos de innovación fue impulsada por Joseph Schumpeter (que en 1942 propuso su celebre idea de la “destrucción creativa”).

Hoy, MIT-Economics efectúa el ejercicio de dividir la historia en seis ciclos; desde el primero (iniciado a fines del siglo XVIII) hasta los más recientes: el cuarto, ocurrido entre 1950 y 1990 (con hitos como la petroquímica, los electrónicos y la aviación); el quinto, entre 1990 y 2010 (redes digitales, software y transformaciones en la “new media”); y el actual, el sexto, impulsado por internet de las cosas, inteligencia artificial y las tecnologías para la mejora ambiental.

Dos cualidades surgen de lo referido. La primera es que cada uno de los seis ciclos sucesivos ha sido más corto que el anterior (el primero duró 60 años y el último 25).

La segunda es que el impacto en el crecimiento económico se multiplica conforme avanza el tiempo: publica la WIPO que el promedio estimado de alza del ingreso per cápita anual posterior a la Segunda Guerra Mundial es diez veces el que se estimó para el tiempo anterior a 1820 y es, a la vez, el doble del de 1850-1950.

El mundo vive una revolución múltiple. Dice Thomas Friedman que transitamos un “momento Prometeo”, porque no asistimos a algunos muy grandes cambios, sino que ahora está cambiando todo a la vez (podríamos decir: ”no hay que analizar los diversos cambios sino que conviene enfocarnos en el cambio de una cosa: el todo”).

Explica el futurista -y emprendedor de la nueva industria musical- Gerd Leonard que estamos pasando tres movimientos: el cambio digital, la transformación ambiental y la revolución de los propósitos (“Purpose Revolution”).

Lo que se refiere (en las sociedades más exitosas y ya también en las que van en transición ascendente) a una triple mudanza, radical y transversal: la digitalización modificó la vida humana, la problemática ambiental pasó a ser condicionante y la sociología está mutando porque las nuevas generaciones (y las más viejas también) ya no anteponen en sus planes de vida duros auto compromisos mirando el futuro y prefieren mejorar su calidad de vida presente aun resignando “costosos” beneficios monetarios (la economía ha comenzado a crear incrementalmente valor no monetario).

Este “momento Prometeo” sustituye (ya no hay mero cambio sino una sustitución) ámbitos de acción humana. Y pone en crisis antiguas instituciones: los jóvenes adquieren más conocimiento en redes como Youtube que entre las paredes de un aula, las personas se relacionan más con sus contactos digitales que con los que tienen cerca geográficamente (lo que no solo no reduce sino que intensifica positivamente vínculos emocionales), la información es planetaria y no más local (lo que condiciona comportamientos de compra, decisiones sobre el uso del tiempo o adhesiones a causas sociales o políticas). Y, por supuesto, esto afecta la participación de las personas en el ámbito laboral. La economía ha depositado en el saber (capital intelectual) el mayor componente de la generación de valor.

Algo curioso es que una carencia de la época es la de liderazgos optimistas. El vértigo asusta. Pero, como todo proceso humano, el actual se compone de “buenas y malas”.

Pues en materia laboral está ocurriendo algo significativo entre quienes se adelantan en el cambio. Refiere la revista The Economist en un reciente artículo titulado “Welcome to a golden age for workers” que (entre otros motivos, debido a la revolución tecnológica) están mejorando objetivamente, en los países más desarrollados, los salarios de los trabajadores -y especialmente los de los más rezagados (no solo la tasa de desempleo se reduce, sino que los ingresos crecen) -. Menciona como aporte a David Autor (del MIT) que da cuenta de que es en EE.UU. donde se está liderando el proceso de mejora (desde 2020 se han revertido unos 2/5 de la desigualdad en ingresos surgida en las anteriores cuatro décadas). Y remite a que buena parte del proceso (que desafía pronósticos negativos previos) se vincula con la actual ola de innovación.

Daron Acemoglu y Pascual Restrepo (Boston University), señalan que estamos ante un proceso que se acelera: la mitad del incremento del empleo entre 1980 y 2020 provino de la generación de tipos de trabajo nuevos. Completa con Erik Brynkolfsson para dar cuenta de que la irrupción de la inteligencia artificial está permitiendo mejorar sustancialmente la productividad de los trabajadores menos calificados facilitado mejores ingresos para ellos. Y se cita un reporte de la OCDE que cuenta que 80% de los trabajadores medidos que han usado inteligencia artificial mejoraron sus prestaciones, lo que les permitió elevar sus condiciones de trabajo.

Pues lo mencionado supone un gran desafío para Argentina. Entre nosotros, al revés, no solo la situación social se ha degenerado, sino que hasta han caído bajo la línea de pobreza asalariados formales (lo que era una rareza).

Es posible, entonces, que debamos comenzar (¡algún día!) a mirar más lejos y más alto. Mientras la Argentina no decida instaurar una economía de mercado con un marco de referencia estable y alentador para el desarrollo competitivo (genuino) de empresas innovativas que crean empleo de calidad, nuestra sensibilidad social quedará una y otra vez remitida al paupérrimo ejercicio de conformarnos con distribuir subsidios a los postergados (lo que no es más que reconocer la impotencia y compensar a los perjudicados por ella). 

Por Marcelo Elizondo

Fuente: Clarin