Exportar no es algo simple y Argentina necesita un Plan B.

En 2011, Argentina exportó por US$ 82.981 millones. Si bien hubo “efecto precio” en ese número, nunca volvió a superar ese pico y en 2019 le vendió al mundo, con megacosecha, con un tipo de cambio razonable y sin pandemia, apenas arriba de US$ 65.000 millones. Cualquier semejanza entre eso y los problemas que tuvo Argentina en su última “década perdida” no son pura coincidencia.
 
En el primer cuatrimestre de 2020, las exportaciones van debajo de US$ 20.000 millones y casi sin “efecto pandemia”. Cualquier economista firmaría exportar US$ 50.000 millones en 2020: sí, más de US$ 30.000 millones menos que 10 años atrás, que tampoco era un gran número dado el tamaño de Argentina, su dotación de capital humano y la abundancia relativa de recursos naturales. En unos días, el Indec anunciará que las exportaciones se desplomaron en mayo.
 
El derrotero exportador combina, entonces, un estancamiento secular con el shock pandémico, que no se sabe cuán transitorio será, sobre los flujos de comercio. La OMC estima que el comercio puede caer hasta 32% en 2020.
 
La anémica performance exportadora se combina, también, con un consenso (político, económico y empresarial) de que Argentina debe exportar más. No hay “grieta” allí: todos opinan lo mismo y ponderan su necesidad. El motivo es evidente: Argentina necesita dólares como un motor V8 y la Casa de la Moneda solo imprime pesos. Endeudarse en moneda dura es una opción tramposa que, además, no estará disponible por un tiempo (quizás sea bueno).
 
Más allá de las diferentes estrategias, Argentina no ha logrado exportar más. Sigue exportando poco (dada su economía) y casi lo mismo de siempre. Peor aún: su oferta exportable se ha primarizado y las exportaciones industriales, sobre todo a Brasil, vienen muy mal y Argentina sigue perdiendo peso como proveedor. En 2011, exportó industria (es decir, Manufacturas de Origen Industrial o MOI) por US$ 28.790 millones. En 2019 no llegaron a US$ 20.000 millones y en 2020 caen 26% hasta abril.
 
El superávit comercial actual se nutre del desplome importador, que continúa. En abril, por ejemplo, se importó menos de US$ 3.000 millones. Hoy, sobran dólares comerciales, pero no está nada claro que así será para siempre. En algún momento, la economía empezará a crecer y la demanda de importaciones, dada su elasticidad, crecerá más todavía.
 
Por cierto, exportar más no es fácil ni se hace de la noche a la mañana. Los booms exportadores genuinos (es decir, por cantidad, y no por precio) son fruto de análisis previos rigurosos, tanto públicos como privados; los precios relativos (eso incluye salarios) y los incentivos deben estimular la producción y exportación transable; el país no puede estar en desventaja con otros competidores en los mercados a ingresar (lo que implica firmar más tratados de libre comercio) y, también, tiene que aparecer algún interesado en otra parte del mundo que quiere proveerse en Argentina y no en otro lado. Hay una complicación adicional para un país cortoplacista y con adicción a los bandazos como el nuestro: cuando se llegue a ese esquema proexportador, que es harto complicado, hay que mantenerlo en el tiempo.
 
Si todo eso fuera poco, está la pandemia, que dejará cicatrices. “Las recesiones globales acentúan el proteccionismo como formas de preservar empleos. Las restricciones a la circulación de productos y personas no son buenos augurios para el comercio global. En estas circunstancias llama la atención que tantas voces aún depositen esperanzas en el futuro exportador argentino. Sigue siendo fuerte la visión simplista que reduce todas las dimensiones económicas a un ajuste de precios relativos. Si ‘el tipo de cambio es flexible, la restricción externa no existe’ decía la ortodoxia macrista. Si mantenemos ‘un tipo de cambio competitivo… el desarrollo vendrá por añadidura’ parecen sugerir otros. Si no es con exportaciones, ¿cómo? Si el crecimiento para dentro no es sostenible y los esfuerzos del pasado, como la sustitución de importaciones, además de costosos, son hoy inviables dadas las disparidades tecnológicas y la estrechez de los mercados, ¿cómo superar nuestra crónica restricción de divisas? ¿Cómo pagar nuestras deudas? El primer paso es reconocer restricciones, sobre todo cuando no se controlan. Ningún país de tamaño medio o grande en la región parece haber encontrado su lugar en el mundo. Ninguno, chico o grande, camina hacia el desarrollo. La convergencia asociada a Cadenas Globales de Valor (CGV) es un fenómeno exclusivamente asiático. Es grave que esto no se discuta y sigamos comprando espejitos de colores. Aunque la sustitución de importaciones a la vieja usanza ya no sea viable, la experiencia de China confirma que no es a través de inserciones pasivas, ni a consecuencia de combinaciones milagrosas de precios relativos, como las economías se desarrollan”, escribieron Eduardo Crespo, Marcelo Muñiz y Gonzalo Fernández en una columna en El País Digital.
 
Exportar más es deseable y loable, pero es complicado y debemos admitir que, hasta ahora, no hemos sabido superar esa complicación que está en el meollo de otros desequilibrios macroeconómicos. Quizás sea hora de repensar caminos, transparentar costos y beneficios (y debatir si hay consenso para avanzar). También, como dicen en el mercado, será clave diversificar el portafolio de estrategias de administración de divisas, que excedan a la política comercial, para no estar siempre linderos a la eterna restricción externa y con el fantasma de los ajustes devaluatorios, tan perniciosos para la situación social, a la vuelta de la esquina.
 
Fuente: El Economista