La balanza comercial de febrero confirmó cuál es el «lado B» de la gran temporada de compra de divisas que está realizando el Banco Central: un desplome de las importaciones que no sólo alcanza a los productos de consumo sino también a los insumos de la industria y a los bienes de capital.
Con apenas u$s4.093 millones, febrero dejó la cifra más baja de importaciones desde inicios del 2021, cuando todavía se sentían los efectos de la recesión causada por la pandemia.
La caída interanual de importaciones fue de 18,6%, lo cual combinado con un alza de 5,6% en las exportaciones dejó un saldo positivo de u$s1.438 millones. En el acumulado del primer bimestre, el superávit de la balanza es de u$s2.222 millones.
Esta merma de las importaciones impacta más cuando se compara la cifra actual con las del promedio mensual de importaciones del año pasado -u$s6.142 millones- y con las del 2022 –un nivel récord de u$s6.793 millones-.
Es cierto que este año, gracias al aumento en la producción de gas y petróleo locales -y a la baja del precio internacional en comparación con el registrado en 2022 tras la guerra de Ucrania-, se está registrando una notable baja en la compra de hidrocarburos.
Los escasos u$s160 millones que se destinaron a compras de gas en febrero representan la cuarta parte de lo que se había comprado hace un año. Y ahora el rubro energético apenas conforma un 3,9% del total, mientras hace un año era un 12,6% de las compras.
Sin embargo, no fue sólo por el ahorro en la energía que cayeron las importaciones. También en los rubros vinculados directamente con la actividad industrial hubo una merma. Los u$s3.248 millones destinados a la compra de insumos, bienes de capital y accesorios suponen una caída de 11% sobre la cifra registrada hace un año.
Un superávit de doble filo
Esta situación no hace más que ponerle números a las denuncias que los directivos industriales vienen haciendo desde el recambio gubernamental: que las importaciones se están usando como una de las variables para la estabilización financiera.
De hecho, en lo que va de la gestión Milei ya se acumuló una deuda del orden de u$s10.000 millones con los importadores, que siguen recibiendo divisas del Banco Central en cuatro cuotas, contadas después de un mes que la mercadería cumplió el trámite de ingreso aduanero.
Los industriales se quejaron, además, de la situación discriminatoria que sufren en sus importaciones en comparación con el nuevo régimen que el ministro Luis Caputo anunció para la entrada de productos de la canasta básica, para los cuales rige pleno acceso a las divisas y exoneraciones impositivas.
Lo cierto es que el bajo nivel de las importaciones cumple, por un lado, con el plan diseñado por Caputo para reforzar las reservas, que necesariamente implica un holgado superávit comercial como fuente casi única de divisas.
La encuesta REM entre economistas anticipa que el saldo de este año será positivo en u$s14.700 millones, una cifra a la que se llegaría por la combinación de una suba de 22% en las exportaciones y una merma de 9,3% en las importaciones.
El objetivo de la exportación será relativamente fácil de cumplir, dado que el año pasado, por efecto de la sequía, se registró una de las peores campañas agrícolas de este siglo. Aun sin tratarse de una gran cosecha, y con una tendencia de precios internacionales a la baja, ya alcanzará para que la soja aporte un 80% más que el año pasado.
El fantasma del «3 a 1»
Pero el recorte en las importaciones, en cambio, es un dato que está directamente ligado a la recesión. El nivel de uso de la capacidad instalada es actualmente de apenas 54,6%, según el Indec.
Las proyecciones de los economistas se volvieron a corregir a la baja, y ahora se espera que la caída en la actividad para este año sea de 3,5% del PBI.
Y en momentos como este se reafirma la vigencia de la «regla del 3 a 1» entre importaciones y PBI. Esto implica que se necesita que suban tres puntos porcentuales en la importación para que la economía crezca un punto, dada la dependencia de la industria nacional respecto de los insumos y maquinaria importada.
Aun considerando el ahorro que se podrá lograr en el rubro de energía la menor dependencia del gas importado, se prevé que la compra de insumos industriales será menor que la del año pasado, lo cual va en línea con los pronósticos de recesión.
La apuesta a los dólares de la soja
Del lado de las exportaciones, como era de esperarse tras el año marcado por la sequía, se siguen registrando fuertes subas en la comparación interanual: un crecimiento de 18% en la venta de productos primarios y de 8% en las manufacturas de origen agropecuario.
La expectativa de los economistas es que el año pueda terminarse con exportaciones totales por más de u$s81.000 millones, lo que implicaría la segunda cifra más alta en más de una década. El récord sigue siendo para el 2022, cuando se combinó una óptima campaña agrícola en términos de volumen, junto con altos precios de los commodities en el mercado global.
Si bien la perspectiva de este año es buena, los expertos del negocio agropecuario advierten que las señales que se están registrando ahora son de una caída en los precios agrícolas. La tonelada de soja cotiza a u$s436 en el mercado de Chicago. Esto implica una recuperación respecto del valor mínimo de u$415 de hace un mes, pero sigue siendo un número muy bajo en comparación con los u$s467 de inicios de año, y ni hablar si se compara con los u$s540 de hace un año.
Pero, además, hay advertencias en el sentido de que tal vez el «trimestre dorado» abril-junio podría no ser tan intenso en la entrada de sojadólares. Más bien al contrario, pocas veces se había llegado al momento de la cosecha con un nivel tan bajo de ventas con precio fijado.
Hablando en números, sobre una cosecha estimada en 50 millones de toneladas, apenas hay anotadas ventas por 800.000 toneladas. Es decir, apenas un 1,6%, lo que da la pauta de que los productores tienen la intención de retener la mayor cantidad de grano posible, y solamente ir «soltando» su producto en la medida en que lo necesiten para cubrir obligaciones financieras.
Eso implica que la cantidad exportada en el trimestre podría ser inferior a la que espera el gobierno -que cuenta con un voluminoso ingreso, entre otras cosas, para levantar el cepo cambiario.
¿Por qué ocurre esto? Según los analistas del negocio agrícola, porque a los productores no les gusta ni el tipo de cambio actual ni el precio del mercado internacional. O, mejor dicho, porque en ambos casos tienen la expectativa de que, más temprano que tarde, debería haber subas. Es en ese contexto que en los últimos días se intensificaron las versiones sobre medidas cambiarias, incluyendo un eventual «dólar soja».
Fuente: IProfesional