Europa y China negocian un estratégico acuerdo bilateral.

Aunque hasta los primeros meses de 2020 la dirigencia de la Unión Europea (UE) se empeñó en revalidar y acrecentar sus históricos vínculos políticos y económicos con Estados Unidos, esas acciones no llegaron a buen puerto. El Gobierno de Donald Trump nunca evidenció real interés en las módicas propuestas de libre comercio que le llevó el Viejo Continente, ni siente simpatía por sus gobernantes (raro, pero es así). No sólo porque en Washington hace tiempo que nadie cree en el libre comercio, sino porque la Casa Blanca de hoy carece de oficio y de voluntad para negociar entre iguales con entidades de parecida envergadura. Para este singular mandatario, renunciar al manejo hegemónico de un proceso de liberalización comercial con un gigantesco socio que siquiera venía con mandato para liberar el sector agrícola o revisar a fondo el proteccionismo regulatorio que abarca de punta a punta su mercado regional, era una apuesta sin valor. Una herejía en el ideario mercantilista y ostentoso que le insuflan sus asesores.

Y si bien Phil Hogan, el nuevo Comisionado de Comercio de la UE, parecía un ser dispuesto a comerse la cancha, ahora traga un poco más de saliva antes de hablar acerca de lo sencillo que podría ser un acuerdo entre ambas orillas del Atlántico Norte. A estas horas Hogan debería saber que este Washington sólo escucha las recetas brasileñas, porque consisten en prometer y firmar lo que complace al Jefe de la Casa Blanca (ver mi columna anterior).

A pesar de esos datos, todavía hay gente que desea creer que Trump habría dialogado con Europa de existir un formato similar al que le permitió manipular las reglas acordadas con sus dos socios del viejo y del nuevo NAFTA (Canadá y México), cuyo objetivo básico fue reducir por decreto el superávit comercial de México con Estados Unidos. Es una medicina parecida a la que la UE le aplicó al Mercosur al negociar sus acuerdo birregional, cuyos “valerosos” gobiernos aceptaron con humildad y agradecimiento aquello que sus contrapartes calificaron como concesiones “en extremo modestas”. Y ellos sí sabían de qué estaban hablando.

La pasada semana, la Subsecretaria de Comercio Exterior de México, Luz María de la Mora, saltó al ruedo para decir que su gobierno tenía necesidad de aclarar las dudas que asomaron al ver cómo el texto del nuevo NAFTA podía ser menoscabado al pactarse operaciones con terceras naciones que parecen inconsistentes con las disposiciones del Acuerdo que recién entrará en vigor a comienzos de julio. Sucede que Washington tendría la intención de extenderle a China algunos beneficios que le concedió a sus vecinos bajo el USMCA o T-MEC, quienes pagaron con muy fuertes obligaciones el trato pactado.

Esa mezcla kafkiana de realidad y percepción, parece ser uno de los motores del proyecto que la UE lanzó tiempo atrás con China, cuando el escenario no era tan complejo, polémico e impredecible como el actual. Se trata de los insumos de un futuro Acuerdo bilateral sobre Comercio e Inversión, cuyos alcances son muy significativos al ver que Pekín en estos días optó por exhibir su cara autoritaria y dejar claro cómo se propone mandar en Hong Kong, lo que podría incidir sobre la obligación de “un país (China) con dos sistemas (económicos)” y generar, en lo político, otra violenta crisis local en Hong Kong y reacciones impredecibles a nivel global. Asimismo, es la China que hoy es vista como la casa matriz de la pandemia sanitaria que azota a casi todos los rincones del planeta en momentos en que Trump anunció que su país también decidió retirarse de esa organización.

Tan loca perspectiva no nació de un repollo. La Casa Blanca no hizo ningún esfuerzo serio por cambiar o modernizar un sistema multilateral que tiene una base constructiva antes de sabotear los funcionamientos del G7, el G20, la OCDE, los organismos financieros como el Fondo Monetario y el Banco Mundial, y de generar la implosión de la OMC o de vaciar parcialmente a la Organización Mundial de la Salud. Todo con el mismo desparpajo que Washington mostró al irse de la Unesco, del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático y tantos otros foros de reconocida utilidad bilateral o plurilateral como los pactos nucleares o militares existentes al iniciar su gestión.

Esas decisiones construyeron el perfil aislacionista de una Casa Blanca que tiende a ser la versión occidentalizada del aislacionismo de Corea del Norte (ver mis pasadas columnas). Y si bien a Washington no le faltaría razón cuando dice que si Pekín toma posesión directa del Hong Kong que conocemos, las cosas no van a ser fáciles. Por lo pronto, el territorio aduanero de Hong Kong debería preservar su sistema económico para fundamentar su condición de Miembro independiente de la OMC.

Pero en este tema Washington dio prioridad al criterio de no renunciar a la fase uno del acuerdo comercial que suscribió a principios de año con China.

En medio de este caos artificial y de la tangible pandemia sanitaria, llegamos al documento que elaboró la Dirección de Política Exterior del Parlamento Europeo y circuló a fin de mayo. Es un trabajo que responde a la solicitud ad hoc del Comité de Comercio Exterior de ese foro legislativo (el INTA) y se titula “UE-China, las Relaciones de Comercio e Inversión en Tiempos Desafiantes”, donde sus redactores formulan un interesante análisis estratégico. Ahí se indica que la importancia de la Iniciativa china Cintura y Camino (Belt and Road Initiative o BRI) que hoy convoca a 122 países y 22 organismos internacionales, otorgaría por si misma lógico asidero para que la UE cultive relaciones con Pekín no subordinadas a las contingencias o resultados de los proyectos y confrontaciones de Estados Unidos con China, las dos primeras potencias económicas, tecnológicas y bélicas del planeta que se entretienen repartiendo un mundo que los observa con ansiedad. El BRI asigna a la red de comunicación terrestre y marítima de Asia con Europa un papel crucial, algo que también intenta, en un plano muchísimo más modesto, la actual política crediticia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

El Informe destaca que el comercio es el tema más sensible y complejo entre Europa y Pekín, sin aludir todavía a las nuevas presiones que hoy se advierten en el mercado mundial con el objeto de reemplazar la sensible dependencia de China y el Asia como fuente de tercerización industrial, debido a sus problemas sanitarios, políticos, económicos, tecnológicos, de seguridad y ciberseguridad que están a la vista. La tendencia de varios mercados a revisar algunos conceptos tácitos y tácticos que generaron las presentes cadenas de valor, ya es una prioridad de Estado en las naciones más responsables o más esquizofrénicas del planeta (a gusto del lector).

También apunta a los problemas sin resolver: a) el reducido papel del comercio de servicios entre Europa y China, déficit atribuible a los controles económicos y políticos de Pekín, como se nota con claridad en el sector financiero; b) en las inversiones que hasta el momento fueron de las naciones del capitalismo tradicional a China, sin que fuesen resueltos los obstáculos o cuellos de botella que traban las inversiones chinas de capital fijo en el mercado internacional; c) la inexistencia de un diagnóstico certero acerca de si Europa puede permanecer indiferente a su creciente pérdida de competitividad en el desarrollo de la investigación y el liderazgo tecnológico, donde el Viejo Continente hoy sigue de atrás, muy atrás a China y Estados Unidos, y d) el papel de las empresas del Estado en la economía.

Las cifras actuales evidencian la debilidad del Viejo Continente. Mientras el PIB chino se multiplicó por cinco entre el 2000 y 2018, el de Estados Unidos lo hizo 41% y el de la UE en sólo 20%. La Europa de los 27 es el primer socio comercial de Pekín y China es el segundo destino de sus exportaciones, ya que el primero es aún Estados Unidos (habría que revisar, en estas cifras, el peso específico y el futuro papel del Reino Unido). Tales valores ponen de relieve la brecha
de dinamismo en el comercio bilateral. El superávit chino con la UE pasó de US$ 49.000 a US$ 300.000 millones entre los años 2000 y 2018. La participación china en el comercio mundial se elevó del 3% al 11% entre 2000 y 2015.

El informe revela grandes diferencias entre los planteos chinos y europeos en muchos temas centrales, como el futuro de la OMC. Si bien ambos quieren retener y fortalecer el Sistema Multilateral de Comercio, sus objetivos son básicamente opuestos. Mientras Bruselas propone revisar el modo de adoptar decisiones y de negociar y aprobar nuevas reglas, así como la metodología establecida para asignar el status de desarrollo que determina los derechos y obligaciones de las naciones Miembro de la OMC, lo que incluye negociar reglas y compromisos de acceso al mercado a velocidades diferentes, Pekín hasta ahora se opone de manera terminante a casi todo ese menú.

Tales enfoques no parecen conciliables si el paper refleja la auténtica posición de las partes (lo que yo no creo en el caso chino). Ambos objetan los subsidios de las naciones de alto desarrollo, pero la UE sólo a los subsidios industriales (de agricultura ni hablar).

Las negociaciones tampoco van a ser sencillas en materia de reglas sobre defensa de la competencia, como las nuevas reglas anti-dumping, subsidios y salvaguardias (y, debería agregarse, sobre el proteccionismo regulatorio que aplican las dos partes). De hecho, hay un grupo informal tripartito compuesto por los gobiernos de Estados Unidos, la UE y Japón concentrado en reformular y profundizar las normas sobre competencia para frenar la expansión china.

Tampoco está claro cómo podrán consensuar puntos de vista al discutir las futuras reglas sobre Empresas del Estado, su papel y atribuciones en la economía y, en especial, las funciones que no deberían realizar en el futuro. Lo único cierto es que Europa prefiere negociar, no fomentar guerras comerciales que carecen de racionalidad, efectividad y sentido. Todas estas cosas obligan a pensar mucho y bien, un deporte lírico que no registra contraindicación si uno lleva puesto el tapabocas al extraer conclusiones.

Fuente: El Economista